Nuestra Misión y Visión

Un grito de dignidad desde el monte

Parroquia San José de las Petacas. Argentina

La parroquia San José de las Petacas se encuentra en el departamento Copo de la provincia de Santiago del Estero al norte de la Argentina en la región denominada Parque Chaqueño americano. Esta región consta de un bosque nativo semiárido con pocos pero importantes ríos aluvionales, con una marcada estacionalidad en las precipitaciones y una gran biodiversidad. Es la segunda mayor superficie de Bosques de América del Sur.

En medio de grandes distancias entre las comunidades, la mala condición de los caminos, la falta de medios de comunicación, la escasez de agua para consumo humano y para usos productivos y la ausencia de energía eléctrica, viven pequeñas comunidades formadas por campesinos y pueblos originarios. Comunidades que viven en comunión con la madre tierra, el monte y sus creaturas. Comunidades con un gran sentido solidario y fraterno, con una fe profunda y un gran espíritu de trabajo.

Junto a este bosque y a quienes lo habitan, hemos estado y estamos los jesuitas. San José de las Petacas fue una Reducción de indígenas en la época de la colonia, fundada por los jesuitas, el 3 de julio de 1751 (más de 250 años!). Al momento de la expulsión los pobladores expresaban: “El amor que nos han tenido, no sabemos explicarlo; solo decimos que nos quitáis la vida del alma y del cuerpo en privarnos de nuestros padres y hermanos a quien estimamos más que nuestra vida…” (“Entre los Vilelas y Salta” del P. Furlong SJ).

En 1975 la Compañía volvió a estar presente, esta vez a través de los padres Juan Carlos Constable SJ y Agustín López SJ. Ellos se fueron encarnando en la cruda realidad del monte, tan postergada como excluida. Mons Gottau deseaba dar continuidad a la misión de los jesuitas. Desde aquel tiempo nos han acompañado muchos colaboradores. De entre ellos, es de destacar la presencia de Mary Quadri que, a fines de la década del 70 y hasta el presente, comparte y acompaña nuestra en la misión.

Una curiosa anécdota ilustra la vida de fe de los pobladores. Tiene que ver con la imagen del Santo Patrono, San José de las Petacas. Al ser expulsados los jesuitas en 1767, la imagen quedó en manos de las familias que poblaban estos montes. A mediados del siglo XX alguien se la llevó a la capital de Santiago del Estero. La imagen faltó pero quedó grabada en la memoria de los habitantes del monte. Ellos anhelaban su regreso. Ni bien llegaron los jesuitas, los pobladores dieron noticia de la existencia de la imagen y les pidieron ayuda para traerla de regreso. Los padres, junto con el Obispo, se pusieron en campaña para que volviera. A los pocos años, un 8 de noviembre, para regocijo de los pobladores, San José regresó al lugar del cual nunca debió haberse ido.

Juan Carlos Constable SJ, Rodrigo Castells SJ y Marcos Alemán SJ somos los jesuitas que hoy tenemos la gracia de poder estar presentes esta frontera del Reino. La acción de la Compañía hoy se centra en acompañar y promover la vida y la dignidad de las comunidades, ser servidores de la vida del monte. Acompañando, junto con el Estado y las organizaciones campesinas, la lucha por quedarse en sus territorios, el trabajo por un futuro sostenible y el cuidado de la casa común y sus tradiciones culturales. Juan Carlos, acompañando con su presencia y permanencia; Rodrigo, con su vocación de hermano y de ingeniero agrónomo en la promoción de la vida del monte y sus pobladores y; en mi caso, desde el estar atento a bendecir y celebrar lo sagrado de la vida del monte.

Como Compañía de Jesús nos preguntamos, ¿de qué modo queremos hoy acompañar y servir la vida que Dios da a luz en el monte? Van amaneciendo algunas respuestas. Quisiéramos descalzarnos ante esta realidad sagrada y ello solo será posible si intentamos desclasarnos, dejar a un lado nuestra “clase social” o “lugar socioeconómico y cultural” de procedencia, para no imponer nuestro propio mundo. Solo con esta actitud, con ese modo de estar presente, de acercarnos a una realidad que no nos es propia, solo así, podremos gestar un diálogo enriquecedor que promueva la dignidad. Un dialogo que hará posible y real un proceso de mutuo enriquecimiento y aprendizaje. Un diálogo en el cual podamos descubrir la vida que Dios va dando a luz en el monte.

Desde ese modo de estar, de acompañar, de servir, podremos cuidar y promover la vida de las comunidades y del monte. Podremos crecer en la conciencia y valor de la creación, del valor de nuestras raíces, nuestra identidad y dignidad. Podremos pasar de un manejo extractivo a un manejo sustentable, cultivar la gratitud con el monte y sus animales, trabajar para una responsabilidad intergeneracional y defender los derechos de los campesinos frente a la amenaza de los empresarios del agro-negocio, esos que piensan que todo se compra y creen que todo se vende.

No queremos ser voz de los sin voz, sino unirnos en su grito. Un grito de dignidad que se escucha desde el monte.